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LLAMADA ORANTE

(tiempo de silencio)

 

 

Se aprecia, significativamente, una tendencia de humanidad hacia la disgregación de las comunidades, hacia la individualización de la definición de ser y estar, hacia una tendencia de pertenencia a sí mismo, como si el ser se hubiera creado.

Una tendencia –en consecuencia- que, al faltarle la solidaria comunión, carece de descubrimientos, novedades, innovaciones…; y éstas –que se dicen- son antiguas y conocidas noticias que se hacen actuales.

 

Esto tiene que ver, evidentemente, con el hedonismo personal, con la significancia que el ser se da a su posición, a su opinión, y, en consecuencia, el desarrollo de sus verdades, que entran –inevitablemente- en conflicto con cualquier otro.

 

Surge la pregunta de si ese es el proyecto humano: una dispersión de comuniones, una individualización de creencias, una prevalencia y predominio de lo personal, y una decidida disolución de lo comunitario, de lo social, de lo integrado.

 

Y ocurre que, bajo esas circunstancias, los que están aposentados en posiciones de privilegio, por el dominio, por la violencia, por la manipulación, tienen fácil… tienen fácil proseguir en esas posiciones que hemos llamado “privilegiadas”; pero en alguna medida lo son, por carecer de carestías y estar en la opulencia… y no solamente en eso, sino con la capacidad de manejar, controlar y dominar… a individuos, no a comunidades.

En la medida en que el ser se autodefine como… “propio”, “perteneciente a sí mismo” y carente de relaciones, ¡no ya con la Creación! –que eso vendría como muy grande- sino con la necesaria socialización, poco a poco se ha ido sustituyendo –ante la falta de comunión, ante la disputa permanente, ante la queja y la crítica atroz-, y se ha ido imposibilitando, esa tendencia que ha tenido y que tiene, la humanidad, de comunicarse, de hacerse un criterio común. Y, efectivamente: esa unión hace la fuerza.

Y aunque resulta evidente que cada uno necesita de todos, en la mente cotidiana cada vez prevalece más la idea de que “me necesito a mí mismo”.

El universo se reduce a mi criterio, a mi idea.

 

El ser queda, así, arraigado en una perspectiva sin amplificación, sin recorrido, sin la posibilidad de hacerse eco de otros y promover unidades que ejerciten actividades que nos sean liberadoras.

Ese dicho popular que dice que “cada uno hace la guerra por su cuenta”. Sí.

 

La Llamada Orante nos posiciona ante esta evidencia, que se da en las poblaciones más avanzadas, más dominantes, más controladoras.

Y, en consecuencia, van creando estados cognitivos en los que, al no estar potenciados por esa comunión, por esa diversidad, se empieza –cada vez más- a dar por bueno lo que en otro momento era corriente, vulgar… y/o/e inútil.

 

La tolerancia se hace… se hace bandera y estandarte.

En consecuencia, el rigor… –que no la rigidez- el rigor de lo bien realizado, de lo pulcro, de lo exacto, de lo puntual, de lo adecuado… empieza a perder sentido.

Y la búsqueda de lo fácil hace que las capacidades del ser se atrofien, y el transcurrir se haga difícil. Parece una contradicción: querer vivir fácil y, en la práctica, resultar difícil. Porque no se ponen en juego los recursos que el ser tiene. Porque le han ido acondicionando a su individualidad, a su importancia personal, a sus derechos, a sus bienes, a sus propiedades, a sus dominios…

 

La Llamada Orante, en consecuencia, nos posiciona ante ese insistente… “nos posiciona” ante ese insistente hacer que proclama que “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”.

 

Y es así que debemos estar alertas, para saber descubrir nuestra posición en el Todo, para darse cuenta de que no nos pertenecemos, que somos un transcurrir de la Creación, y que la causalidad de la Providencia nos posiciona para que nos demos cuenta de nuestra universalidad…; para que podamos sintonizar con todo lo ‘contactable’… y ser capaces de ver la riqueza, el esplendor, la magia del otro, de los otros, sin que por ello nos sintamos inferiores o menospreciados o infravalorados.

Muy utilizado está, por los poderes, “las comparaciones”; que, como decía el refrán, “son odiosas”.

Y claro está: dependiendo de la referencia comparativa –que siempre va a ser algo o alguien de un nivel de admiración-, el sujeto se queda con el ansia, la angustia y la imposibilidad de acercarse; y, así, realiza imitaciones continuamente, según la moda, la tendencia o lo que importe en ese momento.

 

 

De una manera u otra, vivimos en los espacios que constituyen la cúspide del poder, del dominio y del control: un genérico “Occidente” que se siente poderoso, dominador y garante de libertades.

 

De aquí que, en consecuencia, se coge esa “libertad” –por ejemplo- para liberarse de todo entorno, y exigir egoístamente, centrípetamente, a todos, que nos sirvan, que nos dediquen, que nos admiren.

Y así conseguir una… ¿libertad?

 

 

“La verdad” que cada ser esgrime como la única, la auténtica, la verdadera, la versión veraz, es el impedimento cotidiano para reconocer al otro, a los otros; para impedir la comunión y la solidaria necesidad; y, sobre todo, reconocer nuestra ‘interpendencia’, sin la cual no somos viables.

Y basar nuestra viabilidad en base al dominio, al control, a la especulación, a la violencia de unos sobre otros, resulta realmente temeroso.

Resulta –sí- permanentemente estresante, continuamente en alarma… para garantizarse un puesto en la familia, en la comunidad cercana, entre los amigos, etc.

 

El orante ha de recordar su origen desde el Misterio Creador, su desarrollo y evolución a través de un transcurrir… del que sabemos retazos, pero en el que hemos visto predominancias y dominios de unos sobre otros, que se incrementan progresivamente.

 

 

Hay –en consecuencia- una llamada de ¡alerta!, de ¡atención!, hacia esa tendencia de individualización hedonista dominante…; que, en las comunidades que dominan y controlan a una proporción significativa, hacen que esa actitud se transmita a los necesitados, a los perseguidos, a los hambrientos, a los pobres…, y tengan, como modelo de referencia, el alcanzar algún privilegio, alguna… ¿limosna?, que tenga a bien dar, el poderoso, el dominante.

 

 

Cada uno, en las sociedades culminantes, parece tener su discurso, su talante de importancia, que le sirve y le justifica en su hedónico privilegio que, complacientemente, el poder general otorga, para el acomodo… –y no adaptación- el acomodo a la respuesta fácil –al conformarse ante cualquier presión- y en definitiva, a la vez, el supravalorarse e infravalorarse, entrando en esa disociación que hace, de la mente, un ser inestable, agresivo, deprimido y en continuo proceso de combate.

 

Y el amar se hace “amar-se”, como si las olas del mar sólo pensaran en recrearse en su altura y su espuma, y no se dejaran llevar hacia la orilla.

 

(2 minutos de silencio)

 

Si en otros tiempos el ser era temeroso ante lo desconocido que identificaba como “deidad”, ahora se hace temeroso de sí mismo y de cualquier biodiversidad que no le aporte lo que necesita, quiere o exige.

Y así, poco a poco se va instaurando el temor, que se hace miedo, que se hace terror, que culmina en el horror.

 

Abrirnos a nuestro entorno, compartir las casualidades, unificar las admiraciones, asumir la comunión como un acto solidario, implicarse en la Creación, y no caer en el individualismo personalista, son sugerencias que la Llamada Orante nos expone.

 

 

Somos productos de “confabulación de estrellas”; y como tal, como expresión poética nos refiere hacia nuestro origen de la emisión de luz que, en su viaje, fue, está y continúa iluminando… la Especie Vida, y alertando de las tendencias que incitan a la oscuridad. Que no es la oscuridad del Misterio, sino la oscuridad del negarse a iluminar, a orientar, a participar; de dejar que el tiempo te domestique, te domine y te controle, y nunca tengas el suficiente para estar, para ser. Y siempre estar en la agonía del pedir, exigir, obligar…

Y a la vez que se atemoriza, se ensalza el dominio en diferentes peldaños: una escalera rota.

 

Abrirse a ver en el otro, la virtud.

Abrirse como la flor, para esparcir el aroma a todo el que transite cerca.

 

Ser referencia fiel y rigurosa de lo que se ilumina, de la luminaria que nos corresponde para hacer, de nuestro transcurrir, un elenco de luces que conviva con el Misterio de la oscuridad, que es el que permite nuestra luminosa presencia.

 

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