Escuela Neijing "Shanti"
LLAMADA ORANTE
(tiempo de silencio)
Nos llaman a orar para sugerirnos posibilidades, para alentar nuestros recursos, para promover nuestras decisiones.
Nos llaman a orar para cualificar nuestros afectos, clarificar nuestras razones.
Nos llaman a orar para evolucionar en nuestros presupuestos… y abrirse a nuevas dimensiones.
Nos llaman a orar para reconocer nuestra naturaleza de universo, nuestra composición celeste y, en consecuencia, nuestra inmortal presencia en diferentes condiciones y en variables inimaginables.
A sabiendas de por qué nos llaman a orar, ponemos en marcha nuestra capacitación. Y cada uno de los ítems nombrados empieza a dar respuestas, a establecer posiciones.
Y es significativo que, justo al llamarnos a orar, tengamos en cuenta todos estos pequeños-grandes detalles, para que, así, aunque se nos muestren o revelen otras particularidades, nuestra consciencia se descubra orando…; se descubra orante.
Y en el transcurrir de lo que nos descubren, de lo que descubrimos, de lo que aprendemos, de lo que enseñamos, la Llamada Orante nos reclama pulcritud, exactitud, impecabilidad.
Todo resumido en la palabra “calidad”.
Porque sí, sí es frecuente, en nuestro momento actual de humanidad, que la rapidez, la inmediatez, la abarcabilidad…, vaya dejando estigmas incompletos, vaya dejando sellos sin lacrar, vaya dejando –en definitiva- un hacer mediocre.
No importa cuál sea el detalle. Si nuestro deber fundamental es trascender, cualquier acción tiene su trascendencia: la limpieza, el cuidado, la palabra, la vestimenta, la actitud… Así “conseguimos” –entre comillas, “conseguir”- un estatus trascendental en todo lo que realicemos. Y el factor orgánico físico es esa calidad.
¿A qué se debe vivenciar, experienciar y… participar en momentos difíciles?
A que no hemos cumplimentado la calidad trascendental de los aconteceres, en lo que corresponde a nosotros. Evidentemente, hay otras incidencias del Misterio Creador que nos sitúan en la observancia.
Igualmente, a veces, el protagonismo personal de lo que acontece como dificultad, problemática, etcétera, se tiende a considerar personal, individual: “It’s your problem”. No.
Como unidad de vida que es la materia viviente en este lugar del universo, cualquier acontecer tiene que ver con todos los componentes.
No es “tu problema”, es “nuestro problema”.
Y en la medida en que aceptamos el “nuestro”, el sentido común y comunitario, la vivencia personal del problema, de la dificultad, se diluye, se mejora, se transforma, se convierte.
Es difícil, en los personalismos e importancias personales que predominan en el transcurrir de ahora, el asumir que participamos en dolencias, problemas y dificultades de otros, por nuestra falta de trascendencia y de impecabilidad; de calidad.
Es más, la respuesta sería: “Ya tengo yo bastante con lo mío, como para preocuparme por lo otro”. No se trata de preocuparse. Se trata de tomar consciencia de que mi disposición transcendente en la impecable realización no se queda en mí, sino que se proyecta hacia todo lo viviente.
Eso implica, sin duda, creer. Y supone una fe y una confianza y una esperanza… que a veces veremos directamente, y la mayoría de las veces no lo veremos, pero las casualidades, las coincidencias, los rumores y demás sonidos nos indicarán que, evidentemente, nuestro estar y hacer no se ha quedado en nosotros, sino que ha trascendido.
La unicidad de la vida debe ser una prioridad de conciencia, de identidad y –en consecuencia- de unidad: soy unidad con el delfín, el ciempiés, la piedra, el agua… y ese largo e infinito e increíble “sistemas vivientes”.
Si bien nos decían en los credos religiosos que “no se mueve ni un solo pelo sin el consentimiento de lo divino”, podríamos decir, en concordancia con nuestro origen divino, que cualquier posición que adoptemos en consciencia, se transmite a todo lo viviente.
Es la parte que nos corresponde, en equivalencia con la frase anterior de “no se mueve ni un solo pelo sin el consentimiento de lo divino”.
Podemos razonar e intelectualizar y establecer una cadena de causas y efectos. Y está bien. Está bien, pero no es impecable.
Lo que realmente se hace unidad, calidad, impecable y trascendente es sentirlo.
Si nos quedamos en la operatividad de la causa y el efecto, la razón, la lógica, no trascenderemos. Aumentaremos nuestra egolatría personal. Y no quiere decirse que eso no ocurra y que eso no se investigue y se elabore. Precisamente, si se hace con esa visión impecable de calidad transcendente, descubriremos con asombro que la razón y la lógica son herramientas sensibles, sensitivas, sentibles. Pero han de pasar por ese proceso; si no, se vuelven tangibles, materiales, propietaristas, activistas de un protagonismo personal. Y, en consecuencia, con las controversias y enfrentamientos correspondientes.
Nos llevan a vivir y a sentirnos personalizados; a un estar inquietante, insolvente, en el que cada conflicto, drama o tragedia pone en evidencia la vulgaridad de su realización.
Porque si hubiera sido una realización impecable, de calidad, los sucesos no se hubieran producido.
Es un ejemplo que nos puede ser de gran utilidad en lo pequeño de cada día, para cada uno.
Bajo el Sentido Orante, el transcurso actual nos impele a actuar, a posicionarnos, a hablar con la mayor precisión posible. A escuchar… y a discernir el grano de la paja. Y a no eludir ningún tema, más bien asumir todo lo que coincide y llega y se acerca. Porque algo nos quiere decir. Si empezamos a seleccionar, nos quedamos con nuestro esquema personal y repetimos la misma dificultad.
Encarnarnos en lo que nos llega –que sucede-, sin entrar en la preocupación de resolverlo, sino dándonos por enterados de ello.
Bajo el Sentido Orante, nos sentiremos auxiliados y capacitados para asumir una actitud, para emitir una opinión, para ofrecernos a ser vehículos intermediarios –visibles o invisibles a nosotros mismos- hacia esas causas.
Vivir “de espaldas” sin dar la cara a todo lo que nos llega, es agravar aún más las situaciones… y agravarse a uno mismo por la insolidaria posición.
Y todo esto puede parecer una misión imposible. Y podemos sentirnos abrumados por esas posibilidades, por esa visión que nos da la Llamada Orante.
Y nos puede parecer imposible, pero justamente –puesto que emana de lo orante y procede del Misterio Creador-, eso lo hace absolutamente posible. Absolutamente posible.
“Absolutamente posible”.
Y para ello tenemos que tener la alerta, la atención de no personalizarse, de no asumir protagonismo; de sí saber quién soy y en lo que siento, ¡claro!, pero no coger la batuta de mando.
Todo lo que emana de lo orante está abrigado, aliviado, consensuado y avalado por el Misterio Creador. No hay lugar –con la creencia, la fe y la esperanza-, no hay lugar para desfallecer o sentirse incapaz. Precisamente, ese sentirse incapaz surge cuando la persona se siente protagonista.
“¿Qué puedo hacer yo por eso?”.
Orar.
Y en ello –y en ese orar- me voy a implicar en mi hacer diario, cotidiano y personal.
Y es así como percibiré una evolución, un cambio, una transformación, una conversión, una transfiguración.
Bien se dice que “está todo por hacer”, porque todo ello constituye como otro mundo. Pareciera que esta oración es para otros mundos o para otros seres que no son los humanos que conocemos, que nos conocemos, y que continuamente aceptamos nuestros errores, nuestras dificultades… y poco –poco, poco, poco, poco- atendemos a nuestras virtudes, a nuestras capacidades, a nuestros recursos, a nuestras fantasías, a nuestro arte, a nuestra belleza, a nuestro amor.
No hay mensaje orante que coloque al ser ante lo imposible. Lo coloca ante lo siempre posible.
En manos de la Creación estamos, y replicamos con nuestras manos; con nuestras diminutas, pequeñas e insignificantes manos.
Esas manos que hacen, que hablan, que saludan, que abrazan, que acarician… y que permanentemente están auxiliadas.
Como se decía a propósito de otras vidas en otros lugares del universo: no estamos solos.
Y bajo el Sentido Orante, nunca estamos solos, estamos bajo el amparo “de”; y, en consecuencia, cualquier circunstancia que acontezca se debe mirar, observar y contemplar bajo ese amparo.
Y ya se decía también: “Nuestro Auxilio es el Nombre ‘de’”.
En consecuencia, con el creer, disponemos de un contingente de ayudas, auxilios… ¡infinitos! Pero ocurre que, habitualmente, ciframos la respuesta, a nuestras razonables y conocibles posibilidades.
No hay lugar para escaparse. Somos libertarios.
No hay lugar para esconderse. Todo está abierto. Los cielos se abren.
No hay lugar para renunciar. El auxilio es permanente y eficaz.
Y es así como el ir… y el dejarnos llevar… nos alumbra y nos despierta en un entusiasmo creativo, en un arte de amar, en un océano de amor que nos cobija, nos alimenta, nos nutre y nos proyecta.
Amén.
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